Sexualización educativa

“Trabajemos para que la sexualidad no les duela a las personas.”

-Juan Luis Álvarez-Gayou




La construcción de la sexualidad duele. Y duele porque se construye con verdades a medias que nos presentan como duras certezas. Bajo este esquema aprendí por rebosamiento que las niñas no juegan con las cosas de los niños, y éstos no juegan con las cosas de aquellas. Como cishombre, peinar Barbies era un crimen. Así que desde muy pequeño entendí sin entender que la palabra “¡no!” tenía que ver con algo que sin razón alguna (para mí) denotaba prohibición incuestionable, sobre todo si salía de la boca de cualquier adultx que estaba a cargo de mi cuidado y enseñanza. Ese “¡no!” que me dejó marcas indelebles y que paradójicamente anestesió durante mucho tiempo mi capacidad de decir “¡no!” cuando no-quería.

La escuela tampoco hizo la gran diferencia. “Dos por uno, dos; dos por dos, cuatro; dos por tres, seis…”, repetía mi maestra de primaria y nosotrxs con ella durante la clase de matemáticas. Aprendí (o más bien, memoricé) las tablas de multiplicar sin integrar su utilidad real. Pensé que me serían de ayuda cuando la tía Magdalena me dejó cobrar en su tienda de abarrotes, pero al final decidí usar su gran calculadora que hacía bip-bip cada que digitaba los números a través de las enormes teclas cuadradas.

Transcurrían los años de (de)formación académica y mi sexualidad permanecía enclaustrada por otrxs, ese cinturón de castidad simbólico que todxs te ponen pero que nadie se atreve a quitarte por no responsabilizarse de abrir la tan temida caja de Pandora de la educación sexual. En casa esperaban a que la escuela te educara en sexualidad y la escuela aseguraba que ese era ámbito meramente familiar, como si la sexualidad fuera un botón de encendido y apagado. “Tu única preocupación tiene que ser el estudio”, me decía la abuela (fui criado por lxs abuelxs paternos); “las novias vendrán después, ya cuando te gradúes de la universidad”, repetía el abuelo. Por lo que era común que las y los niñxs de mi generación le diéramos sentido al ciclo de la vida que tan majestuosamente ilustraba el libro de texto gratuito de ciencias naturales: naces, creces, terminas la universidad, te casas heteronormativamente, te reproduces (a través de la unión amorosa de los órganos sexuales pélvicos), adquieres un patrimonio y mueres.

Pero todo “cobra factura”. Terminé la licenciatura en medicina con más incertidumbres que certezas respecto a mi futuro laboral (porque cabe resaltar que enseñanza técnica no se traduce en habilidades para la vida real), y para rematar me asumí básicamente homosexual. El guion (o ciclo de vida predeterminado) tirado a la basura. Yo me preguntaba, “¿para qué invertir veintidós años en educación escolarizada?”. Es ahora cuando me hace mucho sentido el posicionamiento de Mars Aguirre, YouTuber mexicana de dieciséis años que a principios del 2017 anunció a través de su cuenta de Facebook los motivos por los cuales decidió abandonar la preparatoria:


“Estoy hasta la madre del sistema retrógrada en el que hemos estado sumergidos toda nuestra vida (…) Gracias al sistema en que vivimos, la sociedad nos ha metido en la cabeza que tenemos que tener cierto grado de estudios para finalmente estudiar lo que queramos…”

“¿Por qué no empezamos a hacer lo que queremos desde ahora? Tenemos el tiempo contado, todos nos vamos a morir (…) Yo no quiero pasar el resto de mi vida esperando…”

“Si tú estás a favor de la escuela, te aliento a que sigas en ella mientras ése sea tu sueño (…), pero no seas una oveja del sistema.”


Morín (2001) sostiene que los desarrollos disciplinarios de las ciencias no han aportado sólo las ventajas de la división del trabajo; también han aportado los inconvenientes de la superespecialización, la separación y la parcelación del saber. En tales condiciones las y los ciudadanxs pierden el derecho al conocimiento; tienen el derecho de adquirir un saber especializado haciendo estudios ad hoc, pero están desprovistxs como ciudadanxs de cualquier punto de vista global y pertinente.

¿Qué tan conscientes estamos las y los educadorxs de la sexualidad ante la parcelación del conocimiento sexológico? Porque el conocimiento especializado no necesariamente se traduce en facilitar la articulación, organización e integración del ser humano con su medio. El acceso al saber también es cuestión de privilegios. Existen lxs que conocen y lxs que ignoran. El mundo de lxs intelectualxs, escritorxs o universitarixs (incluidxs lxs estudiantxs de los posgrados en sexología), que debería ser el más comprensivo en cuanto a la necesidad de democratizar el aprendizaje, es el más enajenado por ideas que le dan la convicción absoluta de su verdad, anulando cualquier posibilidad de comprender las otras realidades.

¿Y qué tanto sexualizamos al educar? Lo suficiente como para que el imprinting sexo-cultural se inscriba en el fondo del conformismo cognitivo, ese conformismo que normaliza y elimina todo aquello que ha de discutirse. De otra forma no podría haber generado sentimientos de culpa cada vez que deseaba peinar a las Barbies.

Esto me lleva a cuestionar si la sexología educa bajo la ética del género humano. El ser humano es un ser racional e irracional; capaz de mesura y desmesura; sujeto de un afecto intenso e inestable; sonríe, ríe, llora, pero también sabe conocer objetivamente; es un ser serio y calculador, también es ansioso, angustiado, gozador, ebrio, extático; es un ser de violencia y de ternura, de amor y de odio; es un ser invadido por lo imaginario y que puede reconocer lo real, que sabe de la muerte, pero que no puede creer en ella, que segrega el mito y la magia, pero también la ciencia y la filosofía; que está poseído por los dioses y las ideas, pero que duda de los dioses y critica las ideas; se alimenta de conocimientos comprobados, pero también de ilusiones y de quimeras (Morín, 2001). Esa es la complejidad de la condición humana.

Educar para el futuro es una tarea monumental, y el futuro es hoy. Tendremos entonces que apostar a la enseñanza de la comprensión, aquella que Morín (2001) clasifica en dos tipos: la comprensión intelectual u objetiva y la comprensión humana intersubjetiva. Comprender significa intelectualmente aprehender en conjunto (el texto y su contexto, las partes y el todo, lo múltiple y lo individual. La comprensión intelectual pasa por la inteligibilidad. La comprensión humana comporta un conocimiento de sujeto a sujeto.

Pretender que se comprende la sexualidad humana como un total absoluto es anular las dimensiones que la propia diversidad humana ofrece. De ahí que en los procesos de comprensión humana de la sexualidad atraviesen inquietudes, anhelos y expectativas que se reflejan en actitudes de aceptación o rechazo.

Hoy, a mis 32 años, comprendo cuando un cisñiño desea jugar con Barbies. Lo comprendo desde mi experiencia emocional y también desde mi comprensión sexológica.

No sé si abandonar la educación escolarizada como lo hizo Mars Aguirre, o como mi amigo Marcos que abandonó la psicología clínica para dedicarse al ciclismo y a fumar mota, sea también abandonar las falsas ideas de certeza que la educación escolarizada ofrece a manos llenas. Y no lo sé por el simple hecho de que sigo formando parte de un sistema neoliberal que me exige certificados de hiperespecialización con la supuesta premisa de que sólo así podré comprender al mundo (nos siguen y seguimos enseñando sin esperar lo inesperado).

La sexología contemporánea apuesta a la sexualización educativa humanista. Aunque eso tampoco me deja tranquilo.


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