¿Te gusta hablar sucio en la cama?

La cama es un polígono de cuatro lados. Todas tienen cuatro vértices, dos diagonales, y la suma de sus ángulos internos siempre es 360 grados. No hace falta saber de geometría analítica para adentrarse al mar de posibilidades que ofrece una cama; ese exquisito lugar de clásicos (re)encuentros donde podemos extender los compromisos eróticos y afectivos, trascender los cuerpos y las cuerpas, y honrar el encuentro. Aquí todo es permitido bajo el consenso, aquí ser puta se ejecuta.

Si yo grito, tú gritas, él grita, ella grita, nosotrxs gritamos, ustedes gritan, y ellxs gritan, quizá logremos despojarnos de esas inhibiciones que tanto nos aprisionan, aquellas que no se desnudan con la ropa: liberarse de sí.

¿Pero desde cuándo el sexo es sucio? Para sexo inmaculado sólo el de María, y ya sabemos cómo termina, sin orgasmo y con barriga.

Jugar a verbalizar los encuentros sexuales es divertido, nos permite airear el sexo de los genitales y disolverlo en todo nuestro cuerpo, ese cuerpo que es bello por el sólo hecho de existir y de brindarnos placer.

¿Y para qué hablar durante el sexo? Porque nombrar (re)conquista y acaricia significados. Cojo, grito sucio, y luego existo.

El lenguaje corporal y verbal nunca han sido inocentes, al contrario, son dinamita pura...


¿Y si nos dinamitamos juntxs?


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