Feminismo pop


En una sociedad como la nuestra, predominantemente opresiva, construir(se) una sexualidad con ciertos tintes de libertad pareciera ser toda una hazaña heroica. Basta con que le eche un vistazo a mi pasada infancia/adolescencia para darme cuenta de que estar en donde estoy, algo así como una fase de adultez un poco más autogestiva, implicó transitar por estados de mucho dolor y confusión. Y, por si esto fuera poco, las teorías feministas me siguen cagando la existencia a cuentagotas.

Pero no me malinterpreten, no soy ni pretendo ser un mártir del feminismo. En realidad, fue el feminismo el que dinamitó todo aquello que antes asumía como certezas, desde mis relaciones familiares y de pareja, hasta la academia médica que me enseñó a mirar el mundo con ojos clínicos. Digamos que el feminismo se convirtió en mi caballo de Troya.

¿Será entonces que el feminismo es como una cultura pop que evangeliza a las masas? Quizá Monique Wittig se retuerza en su tumba por aventurarme a decir semejante aberración, pero es que siempre me ha gustado ser aberrante (aberración: acción, comportamiento o producto que se aparta claramente de lo que se considera normal, natural, correcto o lícito).

En la infancia aprendí por rebosamiento que los niños no juegan con las cosas de las niñas. De hecho, tocar una muñeca era casi un crimen capital, ¡y vaya que me gustaba jugar a peinarlas! Aún recuerdo las palabras hirientes en esos regaños adultistas que pretendían “alinearme” a sus formas de enseñanza. Por supuesto que eso no impidió que tomara sin permiso todo objeto con pelo para acicalarlo en secreto.

Justo el pasado 23 de octubre se cumplieron 20 años desde el lanzamiento del éxito musical de Britney Spears “Baby one more time”. Para entonces tenía 13 años y cursaba el segundo grado de secundaria. Como la música pop era considerada “propia” de las mujeres, mi madre puso cara de asombro cuando le pedí que me comprara su disco; sin embargo, aceptó (¡gracias mamá!). La parte superior del disco compacto era rosa y tenía impresa una flor blanca de estética perfecta, además de que la caja incluía un póster maravilloso. Como vivía con vergüenza mis gustos musicales, necesitaba escucharlo dentro de un cuarto bajo llave para sentirme seguro; ese era mi espacio de libertad.

Cada que entonaba una canción de Britney Spears se esbozaban retazos de realidades abstractas que no correspondían con las realidades concretas de mi género impuesto, porque el lenguaje existe como ese lugar común en el que uno puede mostrarse libremente por medio de las palabras (Wittig, 2006).

Y así como la princesa del pop no tardó en convertirse en un hit, así lo hizo el propio feminismo. No pretendo con esto caer en la conclusión reduccionista de que el feminismo es una “moda”, sólo intento hacer analogías dentro de una cultura pop en la que me encuentro inmerso y de la que he aprendido a crear microuniversos de salvamento.

Por eso creo que el feminismo y su bandera de la perspectiva de género tienen el poder de salvar vidas. De acuerdo con Lamas (2000), la perspectiva de género busca pensar la igualdad a partir de la diferencia, lo cual no me suena tan descabellado y es mucho más fácil de comprar. Aunque siguiendo la línea de cuestionamientos expuestos por Wittig (2006), asumir que existen las diferencias también justifica las oleadas de discriminaciones violentas.

A veces siento que está muy cabrón desdibujar el género de la existencia humana, te identifiques o no con alguno. De adolescente siempre me sentí distinto a los hombres de mi familia, a mis compañeros de secundaria y a la masculinidad en general. Hago énfasis en los “compañeros de secundaria” porque fue en esta época donde viví el peor acoso escolar por expresar una identidad de género más femenina.

Citando a Wittig (2006), el género es sólo lo femenino (lo particular), porque lo masculino representa lo universal. Y si Britney Spears universalizó su falda y las coletas de colegiala, todxs podemos universalizar nuestras subjetividades: lo más preciado del ser humano.

Soy feminista porque lucho hombro con hombro por los derechos de las mujeres, aunque no deseo su extinción como clase social (Wittig vuelve a revolcarse en su tumba). Entiendo que el ejercicio teórico de radicalizar la construcción filosófica (y por tanto política) del género tiene como intención universalizar a la humanidad, pero quizá se me vayan las existencias en el intento.

Menciono lo anterior porque también existo en la medida en la que socializo con las y los otros a través de los códigos del género. Con esto quiero decir que si “abuso” de la teoría feminista para pretender liberar(nos) de los cautiverios impuestos por los estereotipos de género, podría perderme el compartir experiencias significativas con mis vínculos más importantes, como el de mi madre, quien además disfruta de lavarme la ropa y hacerme de comer cada que la visito en su casa (ella vive en Ciudad Juárez). Hay situaciones en las que simplemente dejo de nadar contracorriente.

Creo fervientemente que existen funciones de género que merecen ser honradas. Admiro esa capacidad femenina de abrirse a las y los otros, la facilidad con la que establecen relaciones emotivas (incluso con personas que recién conocen), el compromiso incondicional; su sexualidad tan viva, intensa, juguetona y alegre; las formas tan únicas de comunicarse, entregarse y de amar; porque las mujeres tienen esa enorme capacidad de derribar(se) tabúes y construir(se) nuevos tipos de relaciones.

Creo que los hombres necesitamos ser más mujeres o, al menos, cuestionar y renunciar a privilegios, así como lo hizo la Britney pelona.



Britney Spears se rapa el pelo mientras los paparazzi la fotografían

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